CONMEBOL

Técnicos argentinos contra su país, la obsesión por ganar

No han faltado bromas y hasta alguna apuesta. También chicanas, y unos gritos desafiantes al borde de la cancha. Una mirada resentida en el túnel y un saludo negado. Ciertas escaramuzas cerca de las puertas de los vestuarios y una discusión muy subida de todo en un aeropuerto. Juega la selección argentina, y si en el cuerpo técnico del adversario hay argentinos, no siempre han sido sólo abrazos y camaradería. En esos 90 minutos todos quieren ganar, entonces no hay pasado, himnos ni escudo. Ni siquiera el recuerdo de haber defendido juntos los mismos colores.

Casualidades de un fixture, la Argentina abrió el camino a Qatar 2022 contra Ecuador… y Gustavo Alfaro. Y ahora tendrá dos estaciones particulares: Paraguay dirigido por Eduardo Berizzo, y cinco días después, Ricardo Gareca la recibirá en Lima. Los cruces contra seleccionados dirigidos por entrenadores argentinos son más frecuentes de lo que podría sospecharse. En lo que va del siglo XXI, ya hubo al menos un par de decenas de enfrentamientos de la Argentina ante un director técnico criollo. Y si bien a la selección se le escurrieron ante entrenadores ‘nuestros’ las dos últimas finales que disputó, lo usual ha sido que esos ocasionales ‘conversos’ cayeran derrotados.

Daniel Pasarella cuando dirigía a la selección uruguaya.

¿Nombres? De todos los estilos en las décadas más recientes. Siete veces estuvo del otro lado Ricardo La Volpe; otras cinco, Gerardo Martino; cuatro, Juan Antonio Pizzi, José Pekerman y Gustavo Quinteros; tres, Ramón Díaz; dos, Ricardo Gareca, Claudio Borghi, Marcelo Bielsa y Jorge Célico, y una, José Omar Pastoriza, Daniel Passarella, Jorge Sampaoli y Eduardo ‘Toto’ Berizzo.

Apenas cuatro vivieron la singular experiencia de derrotar a su país: La Volpe en 2004, Bielsa en 2008, Martino en 2009 y Gustavo Quinteros en 2015. Estos 13 directores técnicos cubrieron América del Sur con su cartera laboral.

Es que todas las selecciones de Sudamérica alguna vez contaron con un entrenador argentino. Todas, sí, hasta Brasil, que cualquiera podría suponer que por orgullo y folclore nunca dejaría al Scratch en manos enemigas. Bueno, casi nunca, porque el 7 de septiembre de 1965, el plantel completo de Palmeiras -entonces, el equipo del momento- representó a la selección de Brasil. Contra Uruguay, en la inauguración del estadio Mineirao. El verdão era dirigido por el argentino Filpo Núñez (nació en Buenos Aires en 1920 y murió en San Pablo, en 1999), que de alguna manera ese día dirigió al Scratch, que goleó 3-0. Se trató de la única vez en la historia que a Brasil lo condujo un extranjero.

Ricardo Antonio Lavolpe fue entrenador de México y derrotó a Argentina en una Copa América.

Chile, ejemplo y jaqueca a la vez

Sin lugar a dudas, en los últimos tiempos ha ocurrido algo muy particular con Chile. Vale la anécdota. Sebastián Beccacece y el preparador físico Jorge Desio enseguida se enfundaron en esa camiseta roja. Dos inscripciones resaltaban en el pecho: finalistas aparecía tachada. Y abajo, más grande y subrayada, campeones. Jorge Sampaoli se abrazó con sus colaboradores, pero no se la puso. De repente, desapareció. No se sumó a las celebraciones populares en el Palacio de La Moneda, prefirió irse a comer pizza con su familia, lejos del carnaval que se había desatado en Santiago de Chile. «Entendí que el festejo era de los jugadores con la gente de su país, no podía estar ahí siendo argentino. No me iba a sentir cómodo en ese lugar. Me dolió ganar esa final contra mi país. Mi familia y amigos me querían matar, y con razón», contó alguna vez. La Roja hizo historia en 2015, jamás había conquistado la Copa América. En la historia quedó Sampaoli y de eso se siente bien orgulloso.

Nadie podía sospechar que la situación prácticamente se iba a clonar al año siguiente. Otra vez Chile campeón, contra Argentina y con un argentino en la conducción, ahora, Juan Antonio Pizzi. Él también maquilló la alegría. Antes de la definición, no evitó referirse a la particularidad: «Mi compromiso con Chile es absoluto. Ya cuando decidí defender a otra selección, asumí el riesgo de jugar contra Argentina». ¿A qué se refería? Pizzi le arrebató un título a la selección como entrenador, y le convirtió un gol como delantero. Sucedió el 20 de septiembre de 1995, en Madrid. Pizzi otra vez de rojo, pero como delantero de la España de Javier Clemente. Con un cabezazo, su especialidad, el santafesino abrió el marcador para el 2-1 final contra el seleccionado del Káiser Passarella. «Cuando le anoté, no fue un momento agradable», aceptaría Pizzi mucho tiempo después.

Gerardo Martino ha dirigido a Paraguay y actualmente es entrenador de la Selección Mexicana

Passarella… entrenador de la Argentina entre 1994-1998, emblema y el único bicampeón del mundo, en octubre de 2000 era el DT de Uruguay cuando vino a jugar al Monumental: «Hoy dirijo a Uruguay y quiero ganar aunque adelante esté la Argentina», disparó. Perdió. Mucho más acá, Ricardo Gareca ya pasó por la situación que repetirá la próxima semana: «Sabía que podía ocurrir desde que acepté dirigir a Perú. Entonces asumí el compromiso con total profesionalidad. Pero no son partidos cualquiera, obvio», contaba en 2017, antes de empatar en la Bombonera. Y hace algunas semanas, Alfaro advertía que ni se le cruzaba gritarle un gol a la Argentina, pero rápidamente se distanciaba de nacionalismos y aclaraba que los festejos no han tapizado su trayectoria: «Si revisan, verán que es muy difícil que celebre un gol; ni he gritado goles que significaron campeonatos».

Ninguno de los cuatro técnicos vencedores apuntados se desbordó, pese a que se trató de triunfos muy especiales para sus ocasionales banderas de adopción: con La Volpe, México ganó el único mano a mano en las tres últimas décadas contra la Argentina; con Bielsa, Chile alcanzó la primera victoria de su vida en las eliminatorias y aquel cruce eyectó a Basile de la selección albiceleste; con Martino, aquel día Paraguay se clasificó a la Copa del Mundo de Sudáfrica, y con Quinteros, Ecuador disfrutó de su bautismo triunfal en Buenos Aires.

¿A ellos se sumará Eduardo Berizzo este jueves? El ‘Toto’, que por ejemplo jugó para la Argentina las Copas América de 1997 y 1999, conoce la peculiar sensación porque integró el cuerpo técnico de Bielsa durante la excursión trasandina. Pero ahora él volverá a estar en primer plano, como el año pasado, cuando se cruzaron en la segunda fecha de la Copa América de Brasil, y guaraníes y albicelestes empataron 1-1. «Significa una controversia emocional. Pero la profesionalidad me hace distinguirla y deseo ganarle a la Argentina», detalló entonces Berizzo.

Muchas voces y un sentimiento compartido. José Pekerman, en su última visita con Colombia, en un partido en San Juan camino a Rusia 2018, señaló: «Para este partido yo pienso como colombiano. Mi deber está con Colombia, más allá de querer a muchos chicos que actualmente están en el seleccionado argentino. Profesionalmente soy colombiano y quiero que nos llevemos los tres puntos». Y lo dijo Pekerman, probablemente el hombre más revolucionario e influyente para el fútbol argentino de los últimos 25 años. Martino, siempre sensato, el año pasado y como DT de México antes de un amistoso contra la selección de Scaloni, invitó a reflexionar: «En un partido de fútbol. Aunque se enfrenten dos países, no se pone en juego la nacionalidad. Trabajo en México e intento hacer lo mejor para México, y en todo caso, si represento a la Argentina, es a través de mi trabajo, mi honestidad, mi seriedad. Cuando uno trabaja en el exterior, esa es la mejor forma de representar al país».

Ramon Díaz (en Paraguay) y el saludo con el Tata Martino, entonces DT de Argentina
Fuente: Archivo – Crédito: Fabian Marelli

Entre las rarezas, cuatro de los entrenadores mencionados también dirigieron, antes o después en sus trayectorias, a la Argentina: Passarella, Pekerman, Martino y Sampaoli. El extraño encanto de jugar contra el equipo de tu vida. Del que esos entrenadores son hinchas, pero un día, ese día y esos 90 minutos, se desconecta la pasión. No hay himno, no hay nada. Es el deseo profesional de trascender, aunque enfrente suenen esos acordes tan familiares. Ni culpa ni remordimiento. Ganar.

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