Oblak voló para despejar el amenazante disparo de Uribe
Al descanso ya se sintió cierta bronca de la afición. Cuando ambos equipos tomaron el camino del túnel de vestuarios, fuera cuál fuera la perspectiva, la visión era inequívoca en la misma dirección de que el equipo luso se había hecho con el encuentro, sin alardes, sin apenas ocasiones, algunos porque Axel Witsel leyó el momento de intervenir. Del minuto 10 al intermedio, el Atlético fue un colectivo indefinido, que no se sabe muy bien qué quiere.
Había tirado tan solo una vez a portería el equipo rojiblanco en todo el primer tiempo, por medio de Koke, que fue también el primero en lanzar al marco contrario en el segundo acto: un mal despeje del Oporto dejó el balón suelto al borde del área, el capitán acomodó su pie derecho con todo a favor para alojarla en la red, junto al poste, inalcanzable para Diogo Costa,
pero invalidado porque antes, en el origen, De Paul partió desde claro fuera de juego.
Se lamentaba en el banquillo Simeone, que agitó su equipo con las citadas incorporaciones de De Paul y Lemar y que suspiró cuando Jan Oblak voló para despejar el amenazante disparo de Uribe. El portero esloveno y la contusión severa que sufrió el sábado superaron la prueba con nota, con una estirada definitiva que disimuló la mala pinta que tenía desde hace mucho tiempo para el Atlético, encomendado a una individualidad (dio entrada a Antoine Griezmann, otra vez a media hora de la conclusión para que no compute para los 40 millones que debería pagar el Atlético al Barcelona)… O a un error de su oponente.