Bilbao, 9 nov (EFE).- El de Iñaki Williams en los últimos partidos era un impacto que se veía venir de un tiempo a esta parte, una mejoría continúa e imparable desde su llegada a Lezama en 2012 que ha reventado con cinco goles en solo una semana, el último de ellos el prodigioso tanto al Espanyol que ya quedará para siempre en la retina de todos los aficionados al fútbol.
Nacido en Bilbao y del Athletic desde niño, Williams, no obstante, llegó a la cantera de Lezama desde Pamplona y ya talludito, con 18 años recién cumplidos.
Ya destacaba su imponente estampa entre juveniles muchos de ellos imberbes y su presencia en la factoría rojiblanca estaba avalado por una joya de valor incalculable: su tremenda velocidad. De la gestión que hiciese de ella dependería su futuro en el fútbol.
De todos modos, no concitaba grandes esperanzas el espigado delantero ante sus problemas cuando se veía sin espacios. A la contra y con el campo para él, era un tormento para el rival. En el juego combinativo y rodeado de rivales la cosa cambiaba. Y su definición, insuficiente.
Aún así se las arregló para llamar la atención y marcar goles y más goles. Hasta 31 en 31 partidos de Liga, a uno por encuentro, y cuatro más en siete encuentros de Copa.
Un total de 35 goles, aún siendo en juveniles y dejando entrever carencias, es una marca respetable y le sirvió para subir al segundo filial del Athletic, el Basconia, en Tercera División.
No fue un freno el salto de categoría, ni mucho menos. Es más, ya ante gente bragada Williams destapó el otro capital que tenía a la sombra de su asombrosa velocidad: sus ganas de comerse el mundo, su ambición de ser futbolista y llegar al primer equipo del Athletic, su gran sueño.
Ya no duró mucho en Basconia ante su idilio con el gol y su mejoría cada temporada, cada mes, cada partido que pasaba. Medio curso en Tercera, 7 goles en 18 partidos, y ya a Segunda B, todavía con 19 años.
Ahí el jugador con raíces africanas -su padre es de Ghana y su madre de Liberia- tuvo hasta un golpe de suerte: el de encontrarse con José Ángel ‘Cuco’ Ziganda, que ha moldeado y mejorado las últimas camadas de cachorros con enorme éxito. La prueba es que el Bilbao Athletic es el único filial en Segunda División.
A las órdenes del Cuco, afamado ‘9’ en su época y de buen recuerdo en San Mamés, Williams empezó a dispararse. Como ariete, su puesto natural, jugando en banda, en la izquierda o en la derecha, o como media punta o segundo delantero.
Era igual donde iniciase el juego, Williams no paraba de hacer cosas. Entre otras, seguir marcando goles: 8 en 14 partidos de su primera media temporada y 13 en 18 en su segundo medio curso, tras el que saltó al equipo coincidiendo con una lesión de Aritz Aduriz.
En el Bilbao Athletic era una alegría verle. A él, a Sabin Merino, que ya le acompaña en el primer equipo, y a Gorka Santamaría. Éste menos glamuroso pero listo para complementar el caudal de juego de sus compañeros e impenitente goleador en el área.
Ya en el paso previo a la elite, Williams demostró que su mejora era total y que ya dominaba hasta las jugadas con pocos espacios. Un paso más en su evolución hacia Primera, el definitivo.
En el filial hacia de todo: regates, combinaciones, remates y marcaba goles de todas las maneras posibles: en carrera, conduciendo, llegando por sorpresa, a un toque o tras asociaciones con sus compañeros.
La llamada de Ernesto Valverde era inevitable y Williams le respondió sorprendiéndole más de lo esperado. Ofreciéndole un enorme trabajo defensivo y una brillante gestión del balón en los primeros 60 metros que nunca había tenido que hacer y a la que le obligaba jugar en banda, ya que el ‘9’ era, y es, de Aduriz.
En esa línea, su partido en el 1-0 de la temporada pasada al Real Madrid le dio el cariño del público de San Mamés, que le adora.
Ya asentado en la primera plantilla y en todas las oraciones de Valverde, una lesión muscular, de la que recayó, le frenó durante dos meses.
Pero a su vuelta, primero se ha hecho indiscutiblemente con un puesto en el equipo rojiblanco que ahora se cotiza caro tras la llegada de Raúl García y ha protagonizado la tremenda eclosión de la última semana, culminada con su gol al Espanyol para el recuerdo.
Un impacto que, habiendo seguido su pista durante sus tres años en Lezama, se veía venir.