La final de la Copa Libertadores celebrada en Madrid el 9 de diciembre de 2018 en el estadio Santiago Bernabéu, ha sido por muchos motivos que explicaremos a continuación, la final más larga de la historia de esta copa y probablemente de la historia del fútbol. Ha servido para demostrar la complejidad del fútbol actual y lo entrelazado que se encuentran el deporte, las pasiones y el negocio que es el fútbol. Pero también ha servido como una especie de deja vú de este deporte, recordando las finales que se producían en distintas etapas cuando no existían las prórrogas ni las tandas de penaltis de desempate.
Los clásicos consideran que una buena final es aquella que cuenta con grandes equipos, con emoción, en la que no hay altercados importantes, en la que, en el mejor de los casos, hay buen fútbol, el árbitro no es protagonista, las aficiones se divierten e idealmente gana el mejor.
Por empezar por lo positivo, no creo que haya dudas de que esta final la ganó el mejor, es decir, River Plate fue mejor en la cancha que Boca Juniors desde el punto de vista futbolístico, no solo en la fase clasificatoria, sino específicamente durante la final. Quiso ganar y quiso ganar jugando al fútbol, fue a por el partido desde el comienzo y fue adaptando la estrategia del partido con los cambios y siempre con esa intención de ganarlo a través del dominio del juego y también por su mejor fútbol y sin confiar en la suerte o en el arma letal del gol pues como reconocen los propios seguidores del River, Boca tiene más gol que su equipo.
Pero pese a tener más gol, no se puede tener gol sin tener alguna oportunidad, y realmente en el partido se pueden reducir las oportunidades serias a dos por parte de Boca. Una que prácticamente fue la única del primer tiempo y que puso a Boca por delante y una en las postrimerías del partido que podría haber igualado la contienda y quizás haber cambiado de forma injusta el resultado final. Todo lo demás fue River, el juego y los goles y con ello quizás se hizo justicia y River consiguió compensar parcialmente con su juego el desafortunadísimo incidente y la imperdonable actitud de unos barras bravas (hooligans) que se hacían pasar por aficionados al fútbol.
Enlazando las dos dimensiones comentadas, la de la naturaleza de final eterna y la de la violencia en el deporte, la intrínseca y la generada por unos violentos que incluso viven de la violencia y la manifiestan en todos los aspectos de su vida, también camuflada dentro de la afición al fútbol, pese a que la afición a este deporte y su propia naturaleza nada tendrían que ver con ella.
Pues bien, enlazando estas dos cuestiones, creo que ciertamente para River y sus aficionados la final de la Libertadores 2018-2019 comenzó con el partido de vuelta de la semifinal de la Copa Libertadores del año anterior. Partido de vuelta que de forma absolutamente sorprendente perdió River Plate en la cancha del modesto equipo argentino de Lanús. Nadie esperaba que Lanús pudiera sacar adelante la semifinal a doble vuelta, ni siquiera jugando en casa el segundo partido frente a un todopoderoso River que ya se encontraba en la senda que le llevaría a ganar la Copa Libertadores que recién comentamos.
El modesto equipo de Lanús hizo seguramente el partido de su vida para conseguir pasar a la final de la Libertadores, pero si los partidos de la vida en los equipos modestos se dan solamente una vez, ciertamente no se dio el milagro de que se repitieran dos partidos así en tan poco período de tiempo y Lanús perdería la final de la Copa Libertadores contra el Gremio brasileño por un marcador global de 3-1, con Lanús perdiendo ambos partidos jugados los días 22 y 29 de noviembre de 2017.
Por su parte River y sus aficionados tuvieron que digerir el luto cuyo alivio solo se alcanzó con la final de la Libertadores de 2018. El luto fue intenso y tuve la suerte de vivir la euforia que precede a las grandes decepciones en directo en la cancha de River, El Monumental, justo el día de la fatídica semifinal mencionada.
Para aquellos que no estén familiarizados con el fútbol argentino, la pasión que envuelve al fútbol en este país es tan desorbitada que hace tiempo que se tomó la decisión de que solamente la afición local puede estar en el terreno de juego cuando se disputa un partido, por ello, cuando hay partidos significados, las expediciones de los equipos partan desde el estadio propio y los aficionados de ese equipo van a despedir al equipo propio a la cancha.
Por una combinación de factores, yo tuve la experiencia de estar en la despedida de River de El Monumental antes de partir para la expedición a la cancha de Lanús. Para los turistas de fuera de Argentina, y para los despistados, toda la impresión de aquellos espectáculos similares al que menciono hace pensar que lo que están haciendo los aficionados es celebrar una victoria que ya se ha producido y que por supuesto se ha producido en la cancha donde se encuentran. Para entender lo que están pasando ahí, hay que tener, como dicen los americanos, too much Argentinian inside baseball.
Aquella decena de miles de aficionados de River que se encontraban para realizar la despedida mencionada, lo hacían ya en una suerte de celebración de victoria anticipada a la Libertadores porque en su experiencia y no sin contar con elementos objetivos, esperaban tener el éxito asegurado, o por lo menos muy cercano en aquella Libertadores.
De los polvos de la euforia de la despedida camino de la victoria de la Libertadores vinieron los lodos de haber quedado descalificados en la semifinal de la Libertadores mencionada, en cancha ajena pero cercana geográficamente. Aquella derrota fue muy dolorosa para la afición de River y solamente hubiera sido más dolorosa si se hubiera producido ante el eterno rival. Esta tensión acumulada desde aquella derrota hasta la final que nos ocupa nos traslada a otro momento de máxima euforia, a las postrimerías en la cancha de River. A saber, el momento en que prácticamente un año después, una parte radicalizada de la afición de River esperó al eterno rival, Boca Juniors, de cara a la celebración del partido de vuelta de la Copa Libertadores.
También aquí hace falta un pequeño apunte para los no familiarizados con el fútbol sudamericano. Sí, sorprendente, en la Copa Libertadores la final no es una final. La final son dos partidos de ida y vuelta que desvirtúa absolutamente el concepto de final, siendo un reducto, pero también una manifestación del papel importante que la administración de la Copa Libertadores, la CONMEBOL, posee sobre este juego, fundamentalmente por motivos económicos.
La tensión acumulada en el tiempo más la rivalidad eterna entre los dos equipos fue una crónica de una muerte anunciada. Efectivamente, si el destino truncado de la semifinal de la Copa Libertadores mencionada se hizo patente un año después en la final que nos ocupa, mucho más presente estaba la rivalidad histórica entre los dos eternos rivales de la capital argentina. Se puede decir que la rivalidad Boca-River es preexistente a la propia existencia de los dos equipos, valga la redundancia.
El resultado final de esa concentración de presiones ya es conocido: un nuevo estallido de la olla exprés del fútbol argentino que puso de manifiesto lo peor del fútbol, la capacidad estructural de los gestores del fútbol y del sistema de convivencia, para hacer controlable la violencia del fútbol de la única forma que lo es siempre, a saber, que el propio sistema de valores en la propia comunidad, en este caso, la futbolística, rechace a los violentos.
Pero como los violentos no son rechazados por la propia comunidad futbolística de River, como ocurre en otras comunidades futbolísticas en Argentina y en el mundo, aquellos demostraron una vez más como la irracionalidad de la violencia actúa contra todo el mundo, también contra los propios generadores y provocadores de esta. El lanzamiento de artefactos y de gases lacrimógenos impidió que los jugadores de Boca estuvieran en condiciones de poder afrontar el partido y aquí se inició una espiral de descontrol, de intereses económicos, de mala gestión y de oportunismos que acabó perjudicando al fútbol y a los aficionados de los equipos, también ciertamente, y particularmente, a los de River.
Por qué, cabe preguntarse, considero que perjudicó a los aficionados de River. En primer lugar, porque perdieron el factor cancha que es un factor fundamental, pues haber jugado el partido de vuelta con un empate en el partido de ida, con una cancha llena de aficionados propios hubiera sido determinante. Habiendo visto la final en directo en Madrid no tengo ninguna duda de que River ganó la final, pero la afición de Boca fue la afición que ganó el partido en la medida que estuvo infinitamente mucho más presente. Si la afición de Boca no hubiera estado presente en el partido, creo que el resultado hubiera sido más desequilibrado si cabe, a favor de River.
Aquellos radicales provocaron la pérdida de la ventaja del factor cancha y del factor afición, por regalar medio estadio lleno de seguidores de Boca, manteniendo a su equipo vivo durante casi todo el partido, como digo, de forma mucho más elevada de la que su juego le hacía ameritar.
En segundo lugar, los radicales supuestos aficionados de River perjudicaron a su equipo porque la jauría de intereses económicos en torno al fútbol, en este caso al latinoamericano (y al europeo, por los hilos movidos por el Real Madrid para que la final se realizara en el estadio Santiago Bernabéu), terminó provocando que los aficionados de River, que tenían un boleto para el partido de la final en su cancha, perdieran ese derecho y tuvieran que adquirir otro a un precio infinitamente superior. Resulta indignante saber lo que pagaron los aficionados por el pasaje de avión a Madrid, más el hotel más el boleto para el partido.
Resulta dramático aprovecharse de esta coyuntura tan lamentable, de la pasión de los aficionados de River y Boca para sacar pingües beneficios, en muchísimos casos causando deuda o quebrantos económicos importantes en familias modestas que además resultan afectadas por la coyuntura económica argentina, actualmente terrible en términos de desempleo, precariedad, inflación, etc.
Sí, también este despropósito se produjo para los aficionados de Boca, pero a diferencia de lo ocurrido a los aficionados de River, ellos ganaron la opción de ir a un partido al que no tenían derecho a ir antes de que todo saltara por los aires de los gases arrojados a los futbolistas de Boca.
El hecho de que bajo la justificación de la seguridad y de una serie de elementos adjetivos, se acabara realizando este segundo partido en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid es una realidad que insulta a la inteligencia de cualquier persona. Los medios, aficionados y ciudadanos argentinos que demostraron su indignación ante la supuesta incapacidad de las autoridades argentinas para garantizar la seguridad de un partido de fútbol tenían toda la razón para estarlo, pero incluso en el supuesto de que se dieran por buenos los argumentos de la incapacidad de gestionar esta situación en Argentina, no solamente resultan increíbles, habiendo necesidad para gestionar esta realidad, por una propia cuestión de dignidad de país y, en segundo lugar, para no perjudicar la imagen de la ciudad de Buenos Aires y ciertamente los intereses de las propias aficiones, que no de los clubes, que claramente accedieron asumir lo que finalmente ha sucedido, realidad creada a beneficio de intereses espurios.
Pero bien, aunque se diera por buena la incapacidad de Argentina para gestionar la situación, es también difícil creer que países cercanos como Uruguay o Paraguay, que hubieran facilitado evitar, o por lo menos aminorar el quebranto económico, no hubieran podido ser la sede de esta final y hubieran podido obtener un beneficio económico mucho más necesario que para la ciudad de Madrid y ciertamente para el Real Madrid.
Por lo demás, que se hubiera realizado en Argentina o en algún país vecino hubiera evitado un peligro que pudiera haber desvirtuado esta final y la competición para la historia. Es decir, hubiera permitido que el partido de vuelta se hubiera realizado únicamente con la afición de River sin cambiar las reglas de la competición acordadas de antemano y generando el desequilibrio que el primer partido de la final hubiera sido en la Bombonera solamente con los aficionados de Boca, y sin embargo, el segundo, no, siendo entonces el partido con las aficiones de ambos equipos presentes.
Si Boca Juniors hubiese ganado el partido de vuelta, y con ello la final, esta final y el resto de la competición hubiera quedado impugnada en la historia, y no sin motivos, por la afición de River, por haberse producido un desequilibro objetivo en uno de los elementos fundamentales del fútbol, a saber: el apoyo de los aficionados de cada equipo. De ahí precisamente, de este objetivo de hacer las finales partidos únicos, siempre las aficiones de los equipos han contado con un número de entradas reservadas, independientemente de dónde se juegue la final. Hablo en este de contextos futbolísticos en donde se impone la lógica de una final a un sólo partido en cancha eventualmente neutra. Neutra porque al final se pueda jugar la final en el país de donde sea uno de los dos equipos, dicha localización se establece antes de saber quienes serán los equipos que disputarán dicha final. Y, aún así, el equipo, o los equipos que juegan fuera de su país o de su cancha, cuentan con una reserva de entradas que garantiza la igualdad de armas de ese elemento tan importante como es la afición y su presencia en la cancha.
Pero por suerte, a pesar de que en los despachos funestos del fútbol se decidió adoptar esta solución falsamente salomónica, el hecho de que el fútbol de River se impusiera con tanta claridad permitió que la final más larga y más sórdida de la historia pudiera tener un punto final futbolísticamente digno.
Copa Libertadores Final – Second Leg – River Plate v Boca Juniors
Hablando de despachos oscuros, merece una mención aparte el hecho de que entre todos los estadios del mundo donde se podría haber realizado este partido, una vez descartada la opción de buscar una alternativa en Argentina o países vecinos, no se eligiera un criterio de promoción del fútbol latinoamericano, y de la propia Copa Libertadores, en espacios donde este fútbol tenga más margen de crecimiento, por ejemplo, ciertamente, en los Estados Unidos de Norteamérica, que como todo el mundo reconoce, es el espacio futbolístico más importante a conquistar, como también lo son China o Japón, otros espacios de reconocido potencial.
Sorprendentemente, se eligió España, que como se sabe, está considerada ahora mismo como el país con la mejor liga de fútbol si atendemos al desempeño y victorias europeas y en mundiales que vienen dando durante la última década los tres equipos principales del país: el Real Madrid, el Barcelona y el Atlético de Madrid. El porcentaje de títulos europeos y munidales ganados entre los tres en la última década es indignante.
Además, se elige la cancha del Real Madrid cuando precisamente el Real Madrid es el equipo de fútbol que más dinero gana en el mundo, superando según las estadísticas oficiales al Barcelona y al Manchester United e incluso superando a muchos de los equipos profesionales de los Estados Unidos, los Dallas Mavericks en el fútbol americano o los New York Yankees en el béisbol.
Como dice el dicho, el dinero llama al dinero y parece por ahora que para el Real Madrid la avaricia no rompe el saco y los beneficios económicos y de publicidad vinieron a una empresa que es la empresa futbolística que menos lo necesita y a un contexto futbolístico donde precisamente el fútbol latinoamericano tiene más difícil abrirse un espacio precisamente porque los mejores jugadores latinoamericanos son contratados por esta liga y otras ligas europeas, es decir, por todo lo dicho, la final más larga de la historia se intentó ganar en los despachos y por culpa de dichos despachos, terminó perdiendo buena parte de su potencial.
Sin embargo, como amante del fútbol, me niego a que el ultílogo de esta final sea el de los despachos por más que los despachos acabarán siendo el ultílogo del fútbol. Pues bien, el ultílogo de la final fue el fútbol. El gran fútbol de River, gracias a los jugadores y al gran planteamiento táctico de su entrenador Gallardo, y el gran aprovechamiento táctico de la gestión cambios que hizo a partir de la segunda parte, especialmente sustituyendo a los directores de orquesta. Los cambios, fueron elementos determinantes porque resultaron determinantes también en los goles, primero el de Juan Quintero, que deshizo el empate en el minuto 109 y luego, en la última jugada del partido, el de Gonzálo Martínez a la contra y a puerta vacía justo después de que Boca intentara, con portero incluido, empatar desde el córner.
Por lo demás, a parte de ganar el mejor, este cúmulo de desaciertos y despachos provocó que la Copa Libertadores recuperara el espíritu de final en una cancha neutra y con un estadio prácticamente partido por la mitad para las dos aficiones, con la excepción pintoresca de algunos amantes del fútbol como este dicente y su esposa. Doy fe que hasta las no futboleros vibraron con la final.
El otro elemento que hizo de esta final una verdadera final, fue el resultado de ida en la Bombonera donde Boca Juniors, a pesar de contar con la ventaja del campo, ventaja supercualificada en Argentina por los motivos conocidos de contar únicamente con su afición. La guinda sobre el pastel fue la norma de la Libertadores de no hacer efectivo el valor doble de los goles en cancha ajena, ello provocó que de hecho que la Copa Libertadores pudiera ser ganada por quien ganara el partido y punto. Por decirlo en términos más claros, el destino sonrió para que el partido de ida no tuviera ningún peso sobre el partido de vuelta y, en consecuencia, en términos futbolísticos el partido de vuelta era un partido independiente. Todo ello hizo de esta segunda vuelta la más final de todas las segunda vueltas.
El esfuerzo de las aficiones para dividir la cancha con su colorido y su empuje, el estadio más neutro posible, situado no solamente en otro continente sino en otro hemisferio, junto con el buen partido futbolístico, consiguieron rematar una final futbolísticamente memorable, casi tan memorable que hará que las cabezas más sanas se olviden de todo lo oscuro que pasó en todos los despachos del poder futbolístico latinoamericano y europeo. Con ello nos quedamos: con el buen fútbol de River y con la felicidad de sus aficionados de buena fe que hipotecaron el coche para pagarse los boletos más caros de la historia. Mi mujer y yo nos morimos de ganas de entrar en un taxi porteño y preguntar por esta final en lugar de nuestra clásica pregunta ¿jefe, Mesi o Maradona?